El entorno del enfermo hospitalario marca la diferencia

Pamplona, 17 de Septiembre del 2012.-

Tradicionalmente se afirma que cada persona es él y sus circunstancias.

Un enfermo es un ser que sufre y desea encontrar curación y alivio de su sufrimiento. Con este objetivo intenta ayudarse a sí mismo motivándose a ser fuerte, a ser paciente, a ser optimista, pero, sobre todo, a buscar ayuda profesional y de los familiares y amigos.

Cada una de las personas que se relacionan con un enfermo pondrá su grano de arena en la solución del problema del enfermo, desde el establecimiento de un diagnóstico y  tratamiento hasta el consuelo, afecto y acompañamiento.

El conjunto de personas que atienden a un enfermo forman parte de sus circunstancias, pero también el entorno físico es, y ha sido siempre, parte importante de esas circunstancias.

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La finalidad de un hospital, clínica, y cualquier establecimientos sanitario, es atender a los enfermos, que generalmente padecen una enfermedad suficientemente grave para no poder ser tratados ambulatoriamente o en el domicilio.

Por esta razón, las personas que trabajan o visitan un hospital son participes de la finalidad de dicho establecimiento: curar, aliviar y acompañar a los enfermos en su sufrimiento.

El sufrimiento se acompaña de una intensa y negativa reacción emocional: miedo, frustración, irritabilidad, tristeza, inseguridad, preocupación, angustia. Esta situación emocional negativa aumenta el sufrimiento.

Un antídoto del sufrimiento emocional de la enfermedad es un entorno humano y físico agradable que produce emociones positivas.

El cariño, la comprensión, la esperanza, el optimismo, la serenidad, la calma y tranquilidad de las personas que rodean al paciente le contagian esas emociones, que actúan como un bálsamo que alivia.

También el ambiente físico agradable tiene un efecto balsámico para los enfermos. Esta sensación de agrado se puede lograr con un espacio ventilado, incluso con un buen aroma por efecto de un oloroso detergente o fruto de un ambientador; con una temperatura ambiente adecuada a la estación del año; el contacto con ropa personal, sábanas y toallas limpias, suaves y con aroma de un agradable suavizador; con una ordenada y luminosa habitación y baño, y con una perspectiva agradable que se pueda ver a través de la ventana (cómo  se agradecen las flores y las plantas bonitas en su habitación de enfermas y un cuadro  bonito en la pared); con el silencio o el tono bajo de los ruidos de tuberías, puertas, TV y conversaciones de pasillo y de la habitación, sobre todo por la noche; por el contrario, el sonido de las voces de personas queridas, de la música preferida puede aliviar la soledad en el sufrimiento, pues las horas de un enfermo son subjetivamente más largas que las de una persona sana y es preciso llenarlas de distracciones para acortarlas; como contribuye a hacer agradable la convalecencia de un enfermo saborear una buena comida, aunque no se tenga mucha hambre, y como ayuda que esa comida tenga una buena apariencia –también se come con los ojos-, una buena temperatura y se usen cubiertos y menaje auténticos; como alivia el paladar reseco el agua fresca, siempre disponible, o una gasa empapada en agua o en un colutorio para remojar los labios y la boca cuando están resecos y no se puede beber agua.

En fin, se podría hacer una lista larga de detalles pequeños que estimulan los cinco sentidos de modo agradable, para hacer sentirse bien a una persona que, por sufrir, se siente mal. Detalles que son más fáciles de percibir cuando se siente cariño y compasión por la persona que sufre.

Hay que tener en cuenta también que los enfermos tienen más agudizados los sentidos pues el miedo, que acompaña a todo sufrimiento, es una reacción ante el peligro cercano e inminente  para la vida o el bienestar. Y toda situación de peligro produce un estado de alerta y vigilancia que aumenta el volumen de las sensaciones captadas por los sentidos. Por ello, los enfermos perciben con gran intensidad los estímulos desagradables del entorno, y eso empeora el estado psicológico producido por las sensaciones, también desagradables, de su cuerpo enfermo. De ahí la importancia de rodearle de un ambiente de estímulos agradables que han de ser renovados y frecuentes.

En esta tarea de crear un entorno amable para los enfermos son muy importantes las personas encargadas de la limpieza y los servicios de los hospitales, y en especial las mujeres, pues por su constitución natural están dotadas de una mayor sensibilidad afectiva, lo que les permite sintonizar con la situación emocional de los enfermos, y captar y adivinar sus necesidades. También poseen una mayor sensibilidad sensorial que les permite detectar lo agradable y lo desagradable en el ambiente físico, que las hace idóneas para contribuir a crear ese ambiente agradable.

Las personas de limpieza y servicios han de sentir el orgullo de ser parte importantísima en el equipo humano que tiene la misión de ayudar al enfermo. Y cuando lo múltiple y diversificado de sus tareas les dificulten atender bien todas sus obligaciones, han de tener claro en su mente y en su corazón que han de dar prioridad siempre a aquellas tareas que tienen una relación más directa y próxima con el enfermo.

En este sentido, es tarea de la dirección y de los responsable de una institución sanitaria recordar con frecuencia al personal de limpieza y servicios lo importante que es su papel en el bienestar de los enfermos, para que la rutina, los problemas personales y de organización del trabajo no les distraiga nunca de cumplir bien esa tarea.