Funcionamiento de la máquina psicológica

La máquina psicológica funciona bien cuando una persona ha logrado la madurez psíquica. Madurez significa plenitud, adecuación, perfección. Lo que es maduro agrada a todo el mundo, y en el caso de la psicología humana, agrada, sobre todo, al propio sujeto con madurez pues le facilita ser feliz. En el funcionamiento psicológico, a diferencia de las plantas y animales, la madurez no ocurre solo por influjo del ambiente, precisa un trabajo personal durante toda la vida.

Es frecuente oír decir de una persona adulta que es como un niño o que es un poco infantil, queriendo decir que es una persona inmadura. También es común escuchar decir de un niño o niña que es muy maduro/a. En estos casos el juicio de madurez se basa no en la mera biología, sino en el comportamiento de los individuos. Se considera maduro a quien se comporta de acuerdo con la razón que es la que juzga lo adecuado, lo correcto y lo bueno en cada situación de la vida. Cuando una persona no actúa así es porque actúa movido no por la razón, sino por la afectividad.

Existen dos motores que mueven a las personas: la voluntad que sigue las indicaciones de la razón y la afectividad que mueve mediante las emociones y sentimientos provocados por estímulos de la realidad. Los niños se mueven principalmente por la afectividad, pero no se les llama inmaduros sino «niños». Son sus padres los que ponen la razón y la voluntad, y les empujan a hacer lo que es bueno y conveniente, y lo hacen utilizando premios y castigos que producen emociones y sentimientos en los niños para que usen su único motor (la afectividad) durante los años de la niñez, hasta que vayan desarrollando suficientemente su propia razón y voluntad, y sean maduros. Cuando un adulto funciona como un niño, con la afectividad principalmente, no se le llama «niño» sino inmaduro.

El comportamiento adecuado, correcto y sensato de una persona madura no es producto único de la razón y la voluntad, sino el resultado de una relación equilibrada y armónica entre cabeza (razón y voluntad) y corazón (afectividad). Esa armonía ha de ser jerárquica, es decir, una de las partes está por encima de la otra en capacidad de decisión y ejecución: en este caso, la cabeza, que es lo que define y distingue al ser humano: «animal racional». Es también la cabeza, con actos de voluntad, la que debe llevar a cabo esa armonía durante los años del desarrollo psicológico. No es una tarea fácil, pero es de capital importancia para lograr una vida feliz. A veces, sorprende el empeño que ponen los educadores y los educandos en aprender conocimientos útiles para triunfar en la vida social mientras ponen escaso empeño en aprender a ser maduros para triunfar en la vida interior y ser feliz. Por otra parte, la madurez no es un subproducto del mero paso del tiempo o de la recepción pasiva de las influencias vitales; es consecuencia del esfuerzo personal, de forjar el carácter, empeño que si es costoso durante los años de la niñez y juventud, resulta una tarea hercúlea en la vida adulta. Ocurre aquí que lo que no se aprende de niño, cuesta mucho, lograrlo de adulto. Y muchas veces, imposible.

Suele decirse que la madurez psicológica no se logra nunca por completo, pues se puede mejorar hasta el último día de la vida. Las experiencias vitales y la actitud psicológica ante ellas pueden ayudar o entorpecer el proceso de maduración.

Es muy probable que lo que se acaba de decir sea aceptado por la mayoría de las personas, pues parece cosa de sentido común. La dificultad radica en definir el concepto de madurez e inmadurez psicológica. Esa dificultad propicia que cada experto aporte su definición, que suele ser acertada e interesante, pero no concluyente, lo que permite que otros den su definición, también acertada y no concluyente. Es como si la madurez fuese una realidad con múltiples facetas o caras y los que la explican lo hacen poniendo énfasis en una de esas facetas. Así pues, la definición más correcta de la madurez en cada momento sería la suma de todas las definiciones existentes en ese momento.

Para contribuir al enriquecimiento conceptual sobre la madurez psicológica, a continuación expondré mi concepción personal, basada en la experiencia de más de un cuarto de siglo de enseñanza universitaria y de atención a pacientes psiquiátricos.

La primera idea que quiero aportar es que la falta de algunas características propias de la madurez hace a la persona muy vulnerable a padecer enfermedades psíquicas y conllevan una fuerte carga de sufrimiento para los afectados y para las personas de su entorno.

Las características de una persona madura son difíciles de especificar. En un nivel de análisis general, debemos señalar las características que, en mi opinión, pertenecen a una persona madura: 1) una percepción detallada y realista de sí mismos y de la realidad que le rodea, que supone un control adecuado de la imaginación y la fantasía (que se mueven por impulso de la afectividad y tienden a distorsionar la percepción); 2) un adecuado autocontrol para dirigir la propia conducta según unos planes o metas previamente establecidos, lo que supone seguridad personal ante la responsabilidad de las propias decisiones y una suficiente autonomía ante los demás y ante los condicionamientos ambientales; 3) una afectividad en armonía y equilibrio con la razón y voluntad en las diferentes situaciones personales; 4) las tres características anteriores hacen que las personas se comporten habitualmente de modo flexible (con facilidad para adaptarse a los demás y a los cambios ambientales) y de modo positivo (con optimismo y alegría).

De la anterior definición se pueden extraer los rasgos definitorios o básicos de una personalidad madura y de su polo opuesto, la personalidad inmadura. Las personas maduras tienen autoestima elevada, seguridad en sí mismos, buen autoconocimiento y autodominio, e independencia emocional del entorno o, lo que es lo mismo, buen nivel de libertad interior. Las personas inmaduras tiene un sentimiento de inferioridad o baja autoestima, alexitimia o pobre capacidad de introspección (o de «insight») (escaso conocimiento personal), son impulsivos o muy dependientes (autocontrol bajo) y viven con un temor permanente (o ansiedad, nerviosismo o preocupación).

Características de madurez Características de inmadurez
Autoestima

Autoconocimiento

Autodominio

Independencia emocional

Sentimiento de inferioridad

Inseguridad

Alexitimia – falta de introspección

Impulsividad

Dependencia emocional

Temor-Ansiedad-Nerviosismo

Las personas maduras tienen más posibilidades de ser felices, sanos, ser queridos y querer, estar satisfechos consigo mismos y con el mundo que les rodea, y tener éxito en las actividades que realizan y en sus relaciones sociales.

Las personas inmaduras suelen presentar con frecuencia intensa timidez, introversión, retraimiento social, inestabilidad emocional, inadaptación, temor, preocupación, hipersensibilidad y susceptibilidad emocional, desconfianza, escasa tolerancia a la frustración con reacciones desproporcionadas ante ella, tendencia a refugiarse en la fantasía, proyección de culpa en los demás, huida de las responsabilidades, y excesivas demandas de ayuda a las personas queridas. Estas personas tienen mayor riesgo de ser infelices. Esta infelicidad se acompaña y se expresa en forma de insatisfacción crónica, sentimiento crónico de frustración, constante irritabilidad y gran propensión a la violencia (sobre todo verbal), demanda constante de apoyo, atención y afecto de las personas de su entorno, y recurso frecuente a sustancias con efecto psicológico positivo (alcohol, drogas, tabaco, estimulantes, analgésicos y tranquilizantes).

Por lo que acabamos de decir se puede aplicar a la madurez psicológica el adagio que dice: «más vale prevenir que curar».