El miedo

El miedo

Autor: Fernando Sarráis
ISBN: 9788431330125
Colección: Persona y Cultura
Año: 2014
Páginas: 160
Peso: 0,150 Kg.
Precio: 10,00 € (9,62 € sin IVA)

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Descripción

¿Por qué el miedo es el mayor enemigo de la libertad?

¿Qué tres tipos de conductas pueden darse cuando se tiene miedo?

¿Cómo se educa en la valentía para evitar la cobardía?

¿Cómo influye el miedo en las funciones psíquicas superiores: razón, voluntad, memoria, imaginación y percepción?

¿Cuál es la finalidad natural del miedo?

¿Qué tienen en común todas las cosas y situaciones que producen miedo?

En el siguiente vídeo el Dr. Fernando Sarráis nos habla de su libro:

 

Muestra de contenido

ÍNDICE

  1. Introducción
  2. Definición, finalidad y tipos de miedo
  3. Miedo y sufrimiento
  4. Miedo y razón
  5. Miedo, voluntad y libertad
  6. Miedo, voluntad y amor
  7. Miedo y afectividad
  8. Miedo y otras funciones psíquicas: percepción, imaginación y memoria
  9. Miedo y conducta
  10. Gestos y expresiones corporales del miedo
  11. Biología del miedo
  12. Miedos patológicos: fobias, pánico, personalidad miedosa
  13. Temeridad
  14. Estrategias para controlar y superar los miedos
  15. Valentía
  16. Epílogo
  17. Bibliografía

Introducción

El ser humano nace con la necesidad y la tarea de ser feliz. Para orientarnos en la dirección correcta y lograr esa meta en cada momento de la vida, hemos sido dotados de la afectividad que enciende luces -emociones y sentimientos- positivas cuando vamos por buen camino, pero negativas cuando nos extraviamos.

Cuando suponemos que estamos yendo por un camino que no nos conduce a la felicidad, nos sentimos mal. En esa circunstancia, se pone en marcha la razón para reflexionar sobre el significado de esos afectos negativos y determinar si son indicadores de no ser feliz, o si son la consecuencia de la dificultad y el sufrimiento que conlleva el tratar de alcanzar objetivos valiosos, que, a plazo más o menos largo, nos producirán felicidad y sentimientos positivos.

Así pues, para lograr el éxito en la vida –para ser feliz-, se precisa la coordinación armónica de la afectividad y la razón, que informan del camino correcto de cada persona hacia la felicidad. Lograr esa armonía no es fácil y requiere el esfuerzo continuado de la voluntad, que ha de resolver los frecuentes conflictos y confusiones entre las informaciones que nos aportan la afectividad y la razón. En el logro de tal armonía consiste el éxito de la maduración psicológica.

Para saber cual es el camino que conduce a la felicidad, primero hay que saber que es ser feliz. Una receta sencilla para ser feliz es: “hacer lo que debo porque me da la gana”. Con otras palabras, se puede decir que para ser feliz se debe hacer el bien, que es lo que debo hacer, porque lo quiero, porque lo amo con mi voluntad libre. El famoso psicólogo de la personalidad Hans Jürgen Eysenck, de tendencia biologicista, tiene una afirmación que apoya de algún modo la afirmación precedente: “el deber es un reflejo condicionado que fuerza a hacer automáticamente lo que la inteligencia dice que es lo mejor”. Este autor deja en la sombra la libertad de la voluntad en el cumplimiento de los deberes que la razón nos propone, pero remarca la estrecha relación entre razón y voluntad, que se da de ordinario en toda persona sana y que se altera cuando se meten por medio las emociones negativas como el miedo. El miedo a sufrir, cuando es intenso, puede nublar la razón y dificultar el juicio sobre cuál es el bien que debo hacer, y puede también inmovilizar a la voluntad e impedir que quiera hacer el bien. En estos casos, es el propio miedo el que mueve a hacer algo que no está bien, cosa que de momento hace que nos sintamos bien o que no nos sintamos mal, pero que no puede hacernos felices pasado un tiempo. Así pues, se puede concluir que el miedo es un poderoso enemigo de la felicidad.

Nacemos tanto con un rechazo natural al sufrimiento, que es interpretado por muchos como incompatible con la felicidad, como con una atracción por su opuesto, el placer, al que tenemos como sinónimo de ella. Hay muchas personas que, para sentirse afectivamente bien, viven toda su vida persiguiendo el placer y que huyen del sufrimiento, para no sentirse mal. Esta conducta, produce un miedo habitual e intenso a sufrir y, a la vez, una fuerte atracción por el placer, y termina por arraigar en la personalidad.

Así pues, una tarea importante de los educadores es ayudar a los niños y jóvenes a desarrollar el hábito de pensar sobre el significado verdadero de las vivencias afectivas, para que sepan encontrar el sentido del sufrimiento que acompaña tantas veces al esfuerzo de lograr objetivos valiosos que les harán felices en el futuro, y sepan así aceptarlo y soportarlo. De lo contrario, es probable que desarrollen una personalidad temerosa, apocada, fóbica, adicta a conductas que producen placer inmediato y evaden del sufrimiento, que supondrá una gran dificultad para llegar a ser felices.

En este sentido, el famoso etólogo Konrad Lorenz, premio Nobel en fisiología y medicina, ya fallecido, criticó “el creciente infantilismo que impulsa sin cesar hacia una inmediata satisfacción, que incapacita para soportar situaciones en las que no se da esa satisfacción inmediata. Esta tendencia social, motivada por un intento de evitar el sufrimiento, tiene como consecuencia un efecto paradójico, pues da origen al verdadero sufrimiento: el miedo a sufrir, que conduce al miedo al miedo que se producirá cuando se sufre”.

Así pues, una parte importante de la educación de los niños es que aprendan a sufrir con buen humor, para no temer sufrir y poder ser racionales y libres, que es la manera más segura de vivir una vida feliz. En el decir popular se ha condensado esta idea en el refrán que dice: “hay que aprender a poner al mal tiempo buena cara”. El filósofo alemán Robert Spaemann, en su artículo “El sentido del sufrimiento”, afirma que “una civilización fundamentada en el lamento, en la que cada uno tiende a compadecerse de sí mismo y a quejarse de su nefasta situación, apenas tiene impulso para hacer a los hombres felices. Cuando se utilizan mucho los psicofármacos para suprimir molestias normales, para evitar sensaciones de malestar, para disminuir todo temor o nerviosismo, disminuye también lógicamente, la intensidad de la felicidad”. Y añade: “No puede haber montes si no hay valles”. Es lógico que si se toman sustancias buscando su efecto anestésico de lo desagradable también se produce una anestesia de lo agradable. “Esta obsesión por encontrar modos de evitar el sufrimiento deja a un lado el empeño de encontrarle sentido al sufrimiento, de saber por qué sufrimos.

El sufrimiento aparece en toda situación de necesidad, y el estado de necesidad es permanente en el ser humano. La sensación de necesidad o privación es de importancia vital, pues nos advierte que, para vivir y para ser feliz, el hombre necesita cosas concretas, fisiológicas, psicológicas y espirituales; es importante aprender desde pequeño a encontrarle sentido a cada sufrimiento concreto, pues nos quiere informar de una necesidad. Si no sintiésemos hambre, no comeríamos y moriríamos de inanición. Sólo el ser humano, dotado de inteligencia, puede encontrar ese sentido que le motivará a buscar metas que satisfagan sus necesidades y a saber soportar dicho sufrimiento como un permanente recordatorio de su situación y de la dirección correcta en la vida.

En esta misma línea, José Antonio Marina, en su libro “Anatomía del miedo”, afirma que una de las principales tareas de los padres durante la primera infancia es ayudar a que el niño pueda soportar tensiones cada vez más intensas, para aprender a regular sus propias emociones. Sigue diciendo que, en los tratados modernos de psicología infantil y evolutiva, el tema de la auto-regulación de las emociones es el tema estrella del desarrollo psicológico, pues permite al niño tranquilizarse a sí mismo y evitar las emociones negativas. Añade Marina que toda persona necesita aprender una cierta disciplina y que lo ideal es que sea una auto-disciplina, absolutamente necesaria para la libertad.

En el número de enero de 2000 de la revista American Psychologist, de la Sociedad Americana de Psicología, se recogen los resultados de varios estudios que intentaban conocer las variables que más se relacionan con la felicidad, con el propósito de ayudar a los psicólogos del tercer milenio en su tarea. Los autores estudiaron la relación de la felicidad con múltiples variables personales: edad, sexo, estado civil, tipo de trabajo, raza, salud física, riqueza, etc. La conclusión unánime fue que la variable más relacionada con la felicidad es la personalidad. Esta conclusión viene a refrendar la importancia del proceso de maduración psicológica que he señalado en el párrafo anterior. Las personas con una personalidad dominada por emociones negativas, especialmente por el miedo, tienen difícil ser felices, pues su razón y su voluntad están condicionadas por esas emociones, lo que las lleva a cometer frecuentes errores en las decisiones que podrían hacerles felices, o son incapaces de ponerlas en práctica.

En línea con lo anterior, la mayoría de los modelos teóricos de personalidad desarrollados por los investigadores durante la segunda mitad del siglo XX, han considerado el neuroticismo como un rasgo o factor universal de personalidad. Los sujetos con puntuaciones negativas en este rasgo son personas de emociones negativas, fuertes y habituales, entre las que destacan el miedo y la angustia. Miedo y angustia dominan su vida psicológica y su conducta, y les hacen más propensos a la patología mental neurótica, cuyo síntoma común es la ansiedad. Las personas con puntuaciones positivas en este rasgo son individuos con un elevado control voluntario de la afectividad y, por lo tanto, con emociones positivas de modo habitual. Por esta razón, conviene estar atentos a estos signos neuróticos ya durante la infancia para tratarlos precozmente y evitar el desarrollo de personalidades con neuroticismo elevado.

Los sujetos en los que domina el neuroticismo tienen muchas características parecidas a las de los sujetos de temperamento melancólico, descrito ya por Hipócrates y que se ha mantenido vigente en psicología y en literatura hasta mediados del siglo XX como una de las modalidades básicas del ser humano. Entonces pasó a denominarse neuroticismo. Se puede afirmar que es una manera de ser bien concreta y frecuente.

Según Marina, las personas con neuroticismo intenso poseen un temperamento de vulnerabilidad alta, por su propensión a los miedos y a la afectividad negativa en general. Afirma también que la vulnerabilidad se debe a tres factores: la creencia en la imprevisibilidad del mundo, la convicción de no poder controlar los sucesos, y la inseguridad básica. Con frecuencia estas creencias se adquieren cuando los padres pintan el mundo como peligroso y exageran los esfuerzos de protección del niño. Un exceso de protección impedirá al niño sentir que controla los sucesos del mundo, y le producirá además inseguridad y angustia. Así pues, el que una persona pueda confiar en el mundo o el percibir el mundo como una selva llena de trampas y amenazas depende en gran parte de las primeras experiencias vitales. John Bowlby considera que una de las primeras experiencias, de importancia capital, para infundir seguridad básica en los niños es el “apego” a los padres, que es un fuerte vínculo afectivo positivo.

Marina afirma que un elemento importante de la formación del carácter es el aprendizaje de los miedos, que tiene que ver con el modo cómo se aprende a ver el mundo: éste se percibe como previsible o imprevisible, controlable o incontrolable, seguro o inseguro. Estas creencias básicas se aprenden en la primera infancia y en el trato con sus primeros cuidadores, y van a determinar la fuerza y cantidad de miedos que el niño aprende. Un mundo percibido como incontrolable, imprevisible e inseguro resulta aterrador. El niño aprende también en la familia cómo enfrentarse con el miedo, aprende una serie de estrategias de afrontamiento del miedo, algunas positivas, porque disminuirán el miedo, y otras negativas, pues lo aumentarán y podrán dar lugar a fobias.

Este libro tiene como protagonista principal al miedo y su propósito es mostrar el importante papel que juega en la vida de toda persona: para bien, porque avisa de los peligros que hacen sufrir y da la oportunidad de evitarlos; y para mal, cuando es patológico, porque impide el funcionamiento racional y libre, y por ello dificulta ser feliz.

El contenido del libro se centra principalmente en la influencia negativa del miedo, que es la que interesa prevenir y combatir para ayudar a las personas a ser maduras y felices. Con este objetivo y con un lenguaje lo más sencillo posible para que todos lo entiendan, expondré el papel de esa influencia negativa en el funcionamiento corporal y psicológico del ser humano, y describiré tanto las enfermedades físicas y psicológicas producidas por el miedo, como las estrategias para controlarlo y superarlo.

Epílogo

Este libro ha sido escrito con el deseo de resaltar la importancia de ejercer un control voluntario de las emociones negativas, en concreto, del miedo, para poder ser feliz. Para ello se ha descrito la influencia que el miedo ejerce en la manera de ser y actuar de cada persona. Esa influencia tiene un aspecto positivo, pues informa de los peligros para el bienestar físico y psicológico que acechan a cada individuo en cada momento de su vida, pero tiene otro aspecto muy negativo cuando ejerce su función en contra de la razón y de la voluntad del propio sujeto.

El mayor efecto negativo del miedo es impedir amar por eludir el sufrimiento. Para ser feliz se necesita amar el bien o lo bueno, y cuanto mayor sea el bien más felicidad produce ese amor. Pero, para alcanzar la posesión de cualquier bien, es necesario superar obstáculos, dificultades, incertidumbres y, para ello, realizar un esfuerzo proporcionado en intensidad y constancia a la magnitud del bien deseado. Además, una vez poseído el bien, también se sufre para mantenerlo y no perderlo.

Muchas veces, el miedo domina la vida psíquica de las personas temerosas casi  inconscientemente, es decir, sin pleno conocimiento de la razón; pues, aunque muchas personas puedan conocer la razón del miedo, otras muchas no la conocen, por lo que no son capaces de amar con la voluntad, o de amar con fuerza, por miedo al sufrimiento que acompaña al amor. El amor tiene dos caras, como las monedas, la positiva que es la felicidad y la negativa que es el sufrimiento.

El principal objetivo de la vida es ser feliz, no el de evitar sufrir. Para lograrlo se ha de amar lo más intensa y continuamente que cada uno pueda, y, para ello, uno ha de aprender a sufrir con aceptación, es decir, con emociones positivas, especialmente con paz y alegría; la alegría de saber que ese sufrimiento tiene el sentido, el gran sentido, de amar y ser feliz.

Conviene que la educación orientada a quitar el miedo a sufrir, objetivo que nunca se alcanzará por completo, debe mantenerse durante toda la vida. Es especialmente importante que se inicie desde muy pronto, en la tierna infancia. No olvidemos que los mejores educadores son las personas que han logrado un buen avance en ese aprendizaje, pues “nadie enseña lo que no sabe”.

El fracaso en ese aprendizaje puede tener como consecuencia el padecimiento de ciertos trastornos de ansiedad o miedos patológicos, que producen un continuo sufrimiento e impiden ser feliz. Estos trastornos tienen tratamiento y pueden mejorar mucho, pero no es fácil que desaparezcan por completo, pues están arraigados en el modo de ser, en la personalidad miedosa o ansiosa, que es muy difícil de modificar, sobre todo en las personas adultas de cierta edad. De ahí, la importancia de la prevención mediante el aprendizaje temprano.